Te has sentado a la mesa de la eterna fiesta de la fraternidad. Sabes muy
bien lo que hay dentro de cada uno de nosotros, tus invitados. Por eso Tú, que
en tu angustia ante la muerte clamaste a Dios y, sufriendo, aprendiste a
obedecer, has querido hacer tuyas las pasiones y sufrimientos humanos. Has
derrotado a la muerte derrotando la iniquidad y la injusticia.. Te compadeces
tanto de nuestras debilidades, que quieres quedarte para siempre con nosotros y
así poder echarnos una mano cuando sea necesario. Te has convertido para los
que obedecen a Dios en autor de salvación. Y nuestra salvación, Señor, es
quererte y amarte.
Oraciones para la Semana Santa
Domingo
de Ramos.
Por la mañana
Aquí estoy... "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad".
Subamos con Él a esa montaña, desnudos como Él, para que pueda lavarnos con su sangre y vestirnos con su gracia. "Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor". Vencedor de la muerte y del mal, condúcenos a los que en ti creemos, esperamos y amamos a tu gloriosa resurrección. Convierte el madero de nuestro dolor en árbol de vida. Porque... no he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor y cantar al triunfador de la muerte.
Por la noche
"Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su
hora, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo ". Das tu vida
por las ovejas, nosotros, que cuando te veamos herido, huiremos y nos
dispersaremos. Soportas nuestros sufrimientos; aguantas nuestras rebeldías. Y
las autoridades al final, aunque no encontrarán en ti nada que merezca la
muerte, le pedirán a Pilato que te mande ejecutar. Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos, porque con tu cruz has redimido al mundo.
Redentor nuestro, Cordero manso, tu sangre nos ha purificado. Unidos ahora
a tu Pasión, queremos animar, confortar y consolar, como Tú, a los atribulados
con el mismo consuelo y con idéntica paz con los que Tú nos animas, confortas y
consuelas a nosotros. Y hacer y realizar siempre esa tarea con los débiles,
abatidos, condenados, sencillos y pequeños. Enséñanos a ser obedientes y a
tener paciencia en todo lo que nos pase en la vida. Que tu amor inunde nuestra
tierra y cubra sus heridas. Ábrenos de par en par la puerta de tu costado, para
que el río de la Vida nos arrastre y nos devuelva al regazo de Dios, y en Él
encontremos el descanso.
Lunes
Santo
Tienes entrada libre, Jesús, a este camino nuevo de tu sangre. Puedes
hacerlo o retirarte. Pero ha llegado el momento de la decisión, la última etapa
del camino. Hemos pasado largos ratos contigo, llenos de aventuras, sorpresas y
transformaciones. Y yo sé que estoy en la víspera de ser testigo de la sorpresa
más grande: tu paso decidido hacia el ocaso de tu carne, para alumbrar desde la
humillación de tu muerte el día de la luz definitiva. No vas a echarte atrás;
no desertarás ni rechazarás esta HORA definitiva, aunque sabes que te van a
pisotear hasta matarte. Y porque mueres nos das tu vida a los que, por nuestra
condición de mortales, no teníamos posibilidad de vivir. "Sabiendo Jesús
que había llegado su hora, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo
". Como decía san Pablo, Dios nos libre de gloriarnos si no es en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo. Tu cruz adoramos, Señor, y veneramos tu pasión
gloriosa. Ten piedad de nosotros, tú que has muerto por nosotros.
En aquellos días primeros, recién iluminados, los cristianos, los
discípulos de Jesús soportaban combates y sufrimientos; se exponían
públicamente a insultos y tormentos, o se hacían solidarios de los que así eran
tratados. Compartían el sufrimiento de los encarcelados, aceptaban con alegría
que les confiscaran los bienes, convencidos que tenían bienes mejores y
permanentes. Hoy quizás, ¡seguro!, nos falta constancia para cumplir la
voluntad de Dios. No vivimos tan intensamente de fe; nos acobardamos con
frecuencia. Que el Señor nos conceda esa fe que nos haga gente decidida, que
nunca se echa atrás (cf. Hb 10,35-39). Que realmente seamos valientes hasta la
sangre, para cumplir tu voluntad, Padre Dios. Levanta nuestra débil esperanza;
y con la fuerza de la pasión de tu Hijo protege nuestra fragilidad, fragilidad
de humanos pequeñitos y cobardes.
Martes Santo.
Por la mañana
Que pueda quitarme de encima lo que me estorba y el pecado que me ata, para
correr en la carrera que me toca, sin rendirme, sin abandonar, fijos los ojos
en ti, Jesús que ya has corrido, y que inicias y completas nuestra fe. Tú
mismo, renunciando al gozo inmediato que siempre el mundo ofrece, soportaste
con entereza la cruz, sin importante la ignominia y el desprecio de los
importantes. Que no me canse yo ni pierda el ánimo; todavía no he llegado a la
sangre en mi pelea contra el pecado. Acepto con gusto la corrección que me
viene de ti, Padre Dios, aunque me duela, porque lo único que pretendes
regalarme, como fruto de mi conversión, es una vida resucitada, semejante a la
de tu Hijo. Fortalece, Señor, mis manos débiles y haz fuertes mis rodillas
vacilantes, para que camine seguro por tu senda.
Por la noche
Nos has comprado, Señor, con tu sangre, de toda raza, lengua, pueblo y
nación: Conduce a tu Iglesia, que es tu pueblo nuevo, conduce a la humanidad
entera a esa Pascua tuya de la vida. Atravesado por la lanza de un anónimo soldado,
sabes ahora, supiste siempre sanar nuestras heridas. Y si para hacernos saber
que Tú sí perdonabas, te dejaste clavar en una cruz, perdona otra vez a aquella
adúltera, rota, sola, despreciada pero arrepentida; perdona de nuevo a aquel
publicano del templo de ojos casi en la tierra, suplicando; perdona otra vez a
aquel Zaqueo, tan bajito él pero que tanto había robado; perdona otra vez al
ladrón que muere a tu costado; perdona a los que durante tu agonía se burlaron
de ti y blasfemaron... Perdónalos, porque de todos ellos hay mucho en cada uno
de nosotros. Y si les perdonaste a ellos, fue para decirnos que también a
nosotros quieres perdonarnos.
Miércoles Santo.
Por la mañana
¿Por qué puerta puedo entrar para abrazarte, Dios? Por la que está elevada
sobre la tierra y tiene forma de cruz; por la puerta de un costado abierto,
rasgado por la lanza. El que así está convertido en puerta absoluta, con su
cuerpo desgarrado, nos atrae hacia ti. Buscó la paz para nosotros. Quitó la
raíz amarga que nos hacía tanto daño: la muerte. Nos puso en el plato de cada
día otra comida: la de los hijos ya reconciliados y reunidos en su fiesta, para
escuchar la voz de quien nos convocaba. Dios nos tuvo desde siempre inscritos
en el registro de su mismo fuego y quiso siempre hacernos partícipes de la
plenitud de su amor. Porque nunca habrá amor más grande que el de dar la vida
por aquellos a quienes se ama.
Estoy invitado a hacer lo mismo: invitado a amar como he sido amado;
invitado a dar mi vida por los hermanos. Cristo mío, tú no te resistes ni te
echas atrás a la hora de cumplir esta misión de amarnos hasta el extremo.
Ofreciste tu cuerpo todo a quienes quisieron destrozarlo. No te tapaste el
rostro para evitar los ultrajes que te hicieron. El Señor era tu ayuda; sabías
con certeza que, con Él a tu favor, no quedarías defraudado. Tu sangre, que
corrió abundante acusando, pero a la vez fecundando la tierra, purifica nuestra
conciencia de las obras de la muerte y nos prepara para presentarnos al Dios
vivo.
Todo esto ya lo sé. Y cada día, a través de esta oración reiterativa, lo
recuerdo y lo hago presente y deseo asimilarlo. Pero no tengo que inventar
cosas nuevas para hablar contigo o para comunicar a mis hermanos, intentando
quizás más que orar de verdad lucirme ante los demás con este ejercicio diario,
pero vanidoso, de las entregas que les hago. Lo has dicho todo ya con tu propia
vida; sólo tenemos que mirar y querer repetir con la nuestra aquello que Tú
fuiste para todos. Debe ser una opción mía, de cada uno, en libertad completa
elegir ser imitador de Dios y vivir como El en el amor. Quiero vestirme con tus
sentimientos, para que a fuerza de repetir y repetir, de recordar y recordar,
lo que Tú eres vaya insensiblemente acabando con lo que yo soy antes de llegar
a la fe y conocerte. Y a fuerza de querer que me vivas, llegue el momento de
que ya no sea yo quien vive, sino Tú en mí, mi Cristo. Que como Pablo, pueda yo
repetir que para mí la vida es Cristo, y una ganancia morir.
Por la noche
Mis manos están extendidas hacia ti, Dios de todos y más si cabe de los
humildes, como ofrenda agradecida. Porque cuando repaso la historia de mi vida,
descubro que sigues siendo el que acoge a cualquier hora, al no saber nunca
rechazar a quien a ti llega. Eres misericordia que no se agota, el Dios que
nunca olvida su bondad y mantiene su promesa para siempre. La cólera no te
pertenece; es algo exclusivamente nuestro. Entrañas de misericordia es lo que
eres. Hoy sigues realizando proezas, portentos, hazañas de amor incalculables.
Me atas a ti con lazos de bondad; me eliges como amigo y confidente. Por la
sangre de tu Hijo, me haces entrar a una dulce intimidad contigo. Comunicas a
mis ojos la luz y la alegría que Tú mismo eres. Mis manos extendidas expresan
todo eso: ¿qué dios es grande como nuestro Dios?
Tu poder es el perdón; por eso te sobran todos los ejércitos, policías o
tribunales constitucionales. Tu brazo nos rescata con la vida, jamás con la
fuerza de la violencia, algo también exclusivamente nuestro. Sólo en ti
descanso y tengo paz; sólo de ti viene mi salvación; sólo Tú eres la roca de mi
esperanza. Déjame, Señor, estremecerme ante lo que eres. Permíteme, a pesar de
los nubarrones que ensombrecen mi vida, permíteme arrodillarme y desahogar en
ti mi corazón. Pueda adorarte y acogerte para que me des la vida, y sepa
agradecerte con toda el alma el que hayas hecho a Cristo para mí, para
nosotros, para todos sabiduría, justicia, santificación y redención. Y que por
Él, por su sangre, hayamos recibido el perdón de los pecados. Por Él nos has
reconciliado, y has hecho la paz por la sangre de su cruz.
Jueves Santo
Por la mañana
Cristo maravilloso, gracias por enseñamos a descubrir al hermano, a tender
la mano, a presentar la otra mejilla, a compartir pan y hogar. Gracias por ese
poco de pan en tus manos y ese vaso de vino, con los que nos dices cómo se
vence el pecado, el hambre, la muerte. Que ahora nosotros continuemos tu lucha
para que todo hombre y mujer sean queridos y respetados, para que a nadie le sea
negado el pan y el trabajo, para que los niños puedan reír ilusionados. Sí,
continuaremos tu lucha para que nadie se enriquezca con el trabajo de los demás
y para que nadie tenga miedo de nadie.
Por la noche
Hoy, día del amor fraterno, procura partir tu pan con el hambriento,
hospeda a los pobres sin techo, viste al que veas desnudo y no te cierres a tu
propia carne. En la última cena, Jesús, nos dijiste con tu propia vida
entregada a la muerte, que lo único que vale es el amor a los hermanos, hasta
ser capaces de dar la vida por ellos. "Quien pierde su vida, la gana para
siempre". Hoy, la víspera de padecer por nuestra salvación y la de toda la
humanidad, tomas el pan y dices: TOMEN Y COMAN, ESTO ES MI CUERPO. Coges
después la copa, y añades: TOMEN Y BEBAN, PORQUE ESA ES MI SANGRE. Por favor,
nos suplica Jesús, hagan siempre y donde estén lo que acabo de hacer.
Gracias, Padre Dios, por tanto amor. Gracias, Jesús, porque en la última
cena inventaste la misa; porque el Jueves Santo nos enseñaste a servir. Gracias,
Jesús, porque incluso llamaste amigo al traidor Judas; porque nos diste un
Mandamiento Nuevo; porque nos has dado un corazón parecido al tuyo.
Viernes Santo
La inocencia de la Verdad contrasta con el escarnio recibido. Es el día de
la osadía, del arranque y del vértigo. El día de la verdad: el momento de la
entrega se está produciendo en totalidad. Cristo sale de sí mismo por completo.
Ahí está la Verdad desnuda, crucificada. Regando amor, pero en forma de sangre
que se le escapa de sí mismo. Es el sacrificio de su vida, misterio del mayor
amor. Jesús se atardece..., Jesús inclina la cabeza y muere. Compasión, Tú,
para nuestras vidas rotas. Siervo, Tú, que entiendes el oficio, Toda la belleza
que hay en la vida, Tú la ofreces al Padre desde la desnudez y la fealdad de tu
cuerpo destrozado Y lo haces así porque estás convencido de que tu mensaje de
amor y justicia es posible y que el proyecto de Dios sobre el mundo llegará.
Sucede como siempre: mucha gente que habla, que grita, que murmura; mucha gente que se esconde, que nunca da la cara. Voces en contra, pero ¿qué hablamos?, ¿qué gritamos?, ¿por qué nos escondemos? Si recogiéramos todas las palabras que hemos pronunciado en la vida, ¿se salvaría alguna? Y de los gritos ¿qué queda? En cuánta inutilidad nos empleamos, cuánto tiempo vivido sólo al nivel de los instintos. Mientras tanto, los que sufren se han quedado sin voz, sin justicia, sin pan, sin defensor. Dios, como el menor de los humanos, muere en cruz fuera de la ciudad para no contaminarla.
Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Diste tu vida por los hermanos: enséñanos a amamos mutuamente con un amor
semejante al tuyo. Soy como un inválido, tengo mi cama entre los muertos, como
arrancado de tu mano. Mirad y ved si hay dolor como el mío. Así estás, mi
Cristo, como una oveja que ha perdido el camino, como alguien que carga con
crímenes que no son suyos, como un inválido golpeado. Perseguido a muerte,
empujan su vida al sepulcro. ¿Quiénes? ¿Entre ellos estoy yo? Dios parece que
se esconde y que le abandona. Es la hora del desamparo. Pero Cristo confía en
su Padre y a sus manos se encomienda como un desposeído de los muchos que
pueblan la tierra. Como el mayor de los esclavos, reclina su cabeza en la
miseria de una muerte ignominiosa. Dios sostiene la fortaleza de su Hijo. Dios
prepara la victoria: el odio ha clavado a Cristo en la cruz; el amor debe
aliviar su dolor.
Cristo paciente, que cargado con nuestros pecados subiste al lefio, nos
dejaste un ejemplo para que sigamos tus huellas. A pesar de cómo te trataron,
nunca proferías amenaza alguna. Capacítanos para imitarte; que vivamos para la
justicia y que, como Tú, nos pongamos en manos del que juzga justamente: en las
manos de Dios, padre y madre sin medida. Que podamos ofrecerte una vida sin
mentira, sin fraude. Manten, Señor, la unidad de la Iglesia, protege a tu
pueblo santo. Congrega a los cristianos en la unidad. Carga sobre tus hombros
de Pastor a quienes no creen en ti ni en tu Hijo Jesús; ábreles los ojos y el
corazón. Guía los pensamientos y decisiones de los gobernantes para que en el
mundo haya paz. Concede tu consuelo a los atribulados.
Por la noche
Este árbol de la cruz cuyo fruto humano eres Tú, Cristo Jesús, reparó el
daño que el pecado causó en nosotros. Cuando te vas, a esta hora de tu amarga
muerte, es el momento de decirte: gracias por las Bienaventuranzas; gracias por
tu sangre derramada; gracias por tu vida dada; gracias por tu justicia, tu paz,
tu amor inagotable hacia nosotros. Es la hora de tu generosidad: la de
mostrarnos tu amor hasta el extremo; la hora de dar tu vida. Es la hora del
amor y de la generosidad, porque sólo el amor salva. Y con el amor la
fraternidad, la justicia, la verdad y el servicio se hacen efectivos. El odio,
nos lo dices desde la cruz aunque no hables, el odio, la violencia, la
injusticia llevan a la muerte. Nos dices que si alguien quiere amar, que lo
haga como Tú nos amaste: sin límites. Que si alguien comprende lo que estás
haciendo, que no se encierre ya en sí mismo sino que abra los brazos para
estrechar al hermano.
El camino de la cruz ha llegado a su fin. Todo queda terminado, consumado.
Por eso, "reclinando la cabeza, entregó el Espíritu". Ante este
Cristo muerto quiero descubrir, vivir, celebrar y experimentar que Dios es
amor, y que Él nos amó primero. Ahora tengo razones para amar, porque he sido
testigo de que el amor existe, de que el amor es verdad, de que el amor es Dios
que nos ha amado sin excluir a nadie. Me toca ahora amar a mí dándome,
haciéndome pequeño, perdonando, poniendo la otra mejilla, que es lo contrario
de pisar, humillar, herir, rechazar. Porque ya está bien de despilfarrar vida,
de echar por tierra tanta capacidad de ilusión y de bien.
Déjame que a tu lado ponga mi cruz, oh Cristo. Deja que mi sangre se mezcle
con la tuya. Que nunca desde mi cruz blasfeme, pensando que son estériles el
dolor y la muerte que me cosen a ella. Que no malgaste mi dolor y mis horas.
Que descubra que tu muerte es mi vida.
Sábado Santo
Por la mañana
Junto a tu cruz y tu sepulcro tuviste a tu Madre dolorosa, participando en
tu aflicción: haz que tu pueblo, nosotros, sepamos acompañarla. Y como Tú,
grano que caíste en la tierra para morir y dar fruto, como Tú, también nosotros
sepamos morir al pecado y vivir para Dios. Que siguiéndote a ti, caminemos
siempre en una vida nueva. Cambia nuestro luto en danza; muda nuestro traje de
presidarios y vístenos de fiesta. Volvamos al Señor; que Él nos sane, que Él
nos vende, que Él nos resucite. A precio de la sangre de Cristo hemos sido
rescatados. "Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una
muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el
Nombre-sobre-todo-nombre ".
Por la noche
¡Aleluya! En esta noche comienza nuestra nueva vida. El Señor resurge de la
tierra, convertida en sepulcro. Dios preserva a su Inocente, Dios protege a su
Humillado, Dios libera a su Hijo asesinado. Triunfa la inocencia que eres,
Jesús; triunfa tu vida. Sí, triunfas, surges, eres luz, vives. Esta
Resurrección tuya es un acontecimiento concedido a la comunidad para la alegría
y el gozo. Los cristianos estamos despiertos ESPERANDO en medio de la noche
consagrada al sueño. Tenemos un deseo enorme de encontrarnos cuanto antes
contigo, Jesús resucitado. Esta es una noche iluminada por el DIA: Cristo vive.
Nuestro hombre viejo ha muerto en nosotros; hemos llegado a la orilla de la
libertad. Cristo, vives; nosotros también vivimos contigo. La tumba que era tu
prisión, se abre y sales resucitado.
Pero este hecho de la resurrección es gracia para nosotros, sola y
exclusivamente gracia. Tienes Tú que salir al encuentro de tus desolados y
desconsolados discípulos, para que podamos reconocerte y adorarte. Vas delante
en el camino; vas para encontrarte con los tuyos. Sólo a partir de este
encuentro contigo podemos construir caminos que sean signos de vida y
esperanza. Dios te ha acompañado a ti, Jesús, durante toda tu carrera. Ahora Tú
nos acompañarás con tu resurrección, que se convertirá para nosotros en el
primer día de una nueva creación, de una historia diferente. "¡Resucitó de
veras mi amor y mi esperanza!". ¡Ahí, pero ésta va a ser una experiencia
de fe: te verán y experimentarán resucitado sólo los que crean.
Vives, Señor, no estás muerto. Vives en Dios, tu Padre. Vives en cada uno
de los que te aman y siguen tu camino. Vives, Señor. Vives en la justicia y en
la bondad de todos los justos de la tierra. ¡Vives, no estás muerto! La vida no
se puede matar; la vida es más fuerte que la muerte. Tu muerte, Jesús, es el
triunfo sobre todos los que matan. Enséñanos a proteger y cultivar contigo la
vida, ofreciendo a todos en nuestras manos bondad, pan y ternura. ¡Vives,
Señor, no estás muerto! Queremos ser testigos de Alguien que vive.
Domingo de
Resurrección (siempre)
Por la mañana, por la tarde, por la
noche... ¡siempre!
Y cuando huía desesperanzado, me hiciste volver sobre mis pasos. "¡Es
verdad: ha resucitado el Señor!". Me hiciste volver jubiloso al grupo de
mis hermanos, para unirme de nuevo a ellos y celebrar todos juntos la alegría
de la PASCUA: celebrar tu presencia, Señor, entre nosotros. Porque sigues
bendiciendo el pan, partiéndolo, dándote a ti mismo y siendo el centro de
nuestra comunidad, que contigo resucita. Son la vida, la fraternidad y la
esperanza lo que celebramos. Otra vez la vida, la inocencia, la verdad, la luz.
Tu PASCUA es una manera nueva de ver, abrazar y construir el mundo; una manera
nueva de hacer la historia desde la luz siempre nueva y recién hecha del día
supremo de tu Resurrección. Sí, que el Amor y la Vida sean la última palabra en
el libro de la historia de todos los pueblos de la tierra, porque no hemos
nacido para el odio.